Este es un artículo que ha escrito mi amigo y compañero Francisco Lavale.

 

El tío está especializado, entre otras cosas, en quitar quebraderos de cabeza a la gente.

 

Creo que, sólo por eso, su cara debería estar en el Monte Rushmore junto a Washington, Jefferson, Roosevelt y Lincoln.

 

 

 

 

 

Contratos sin causa y estafas piramidales.

 

 

 

Muchas personas firman contratos que no se corresponden con lo que les han explicado. Les venden cosas estupendas, maravillosas. Luego les ponen a firmar documentos de muchas páginas llenas de letra más pequeña que el prospecto de un medicamento que, lógicamente, no se leen.

 

 

Por confianza en esa persona o por lo que sea, pocos frikis leemos los contratos enteros.

 

 

Y ojo, yo tampoco me leo todos esos tochos de las aplicaciones del móvil, que conste.

 

 

El caso es que muchos de esos contratos dicen cosas muy distintas al cuento que nos venden. Algunos tienen el mismo parecido que un huevo y una castaña.

 

 

 

 

 

Quiero hablar de un caso real, con un contrato muy largo que unos clientes firmaron y que, cuando me lo leí, me hizo exclamar:

 

 

-“Entonces… ¿qué es lo que esta gente da a cambio de la pasta que cobra?”.

 

 

Vamos por partes, que decía Jack el Destripador.

 

 

 

 

Los clientes eran un matrimonio, y el hermano del marido de ese matrimonio.

 

 

Cero experiencia como inversores.

 

 

Tres autónomos de los que hacen más horas que un reloj.

 

Firmaban con una empresa con sede principal en el extranjero, en un lugar prestigioso.

 

Pero lo mismo da que hubieran tenido sede en Madrid, Barcelona, Bruselas, Londres, la Antártida o Ganímedes. El caso no dependía de dónde pusiera los pies sobre la mesa un jefazo.

 

 

Pero da una buena apariencia, ¿verdad? Ya empezamos…

 

 

La empresa era (y es) una compañía de seguros que dice dar servicio en varios países con una extensa red de agentes.

 

 

Que son mucho solventes y mucho listos, con tela de años de experiencia.

 

 

Que no sabes la suerte que has tenido en dar con ellos, vamos.

 

 

El contrato era un PIA, un seguro de vida-ahorro que se vendía como una forma muy segura de ahorrar mensualmente para la jubilación. Un complemento para la pensión mucho estupendo.

 

 

Mucho seguro.

 

 

Mucho rentable.

 

 

Lo mejor desde que se inventó la leche condensada.

 

 

El contrato tenía más de 40 páginas de letra asiática, de esas que hace que tus ojos se conviertan en rayas.

 

 

A dos columnas por página.

 

Con algunas negritas y subrayados por ahí.

 

 

En un cuadernillo, con papel gordito. Bien maquetado.

 

 

Todo muy profesional y serio.

 

A ver, tontos no son, si te lo ponen en un cuaderno Rubio de los que ayudan a aprender a escribir, se descubre el pastel.

 

 

Si es que estos extranjeros trabajan muy bien, no como el cajero de la oficina donde tengo mi cuenta, que a veces dice “Buenos días”. A veces.

 

 

En una tabla de casi 250 celdas (7 columnas y 35 filas) llenas de números les mostraban la rentabilidad prevista de su ahorro-inversión en 35 años. Al final, superaba el 225%.

 

 

Más del doble de lo que metían. La leche.

 

 

 

 

Primera RED FLAG.

 

 

Nadie da duros a tres pesetas.

 

 

 

 

Segunda RED FLAG.

 

 

Si esta gente es capaz de conseguir una rentabilidad TAN ENORME, ¿cómo es que los bancos ofrecen tan poco? ¿Cómo es que esto lo vende una empresa poco conocida en vez de un Santander, Deustche Bank, Barclays o alguien así de potente? ¡¡Pillarían los ahorros de todos los consumidores!! Esa es la

 

Pintaban el producto como seguro, con un riesgo bajo. Con una puntuación de 2 en una escala donde el 1 es “Riesgo muy bajo” y 6 indica “Riesgo muy alto”. La misma escala que vemos en los anuncios de plazos fijos en la tele y prensa (escrita u online).

 

El apartado (obligatorio por ley) que indica el mínimo garantizado que percibirían los clientes indicaba una cantidad INFERIOR a la que los clientes iban a aportar.

 

 

 

 

Tercera RED FLAG.

 

 

La más gorda de todas.

 

Digo que, si los clientes iban a pagar al final de los 35 años un total de (por ejemplo) 100.000€, la empresa en cuestión se comprometía a pagarles… digamos 90.000€.

 

 

Aquí es donde dije eso de –“Entonces… ¿qué es lo que esta gente da a cambio de la pasta que cobra?”.

 

 

No garantizaban que se ganara un poco de dinero.

 

 

No garantizaban devolver el dinero invertido más la revalorización correspondiente por el paso del tiempo.

 

 

GARANTIZABAN PÉRDIDAS.

 

 

No me pude resistir.

 

 

En las tres demandas metí esta frase:

 

 

-“Es evidente que es más seguro, y seguramente rentable para los consumidores, guardar dinero en una hucha de barro que entregárselo a X, ya que ni siquiera se compromete a devolver una suma igual al capital, no digamos ya actualizado.”

 

 

Mis compañeras de despacho se partían de la risa con la ocurrencia.

 

 

Pero es que es VERDAD.

 

 

Y eso no hace ni p**a gracia.

 

 

Esto me lleva al tema clave del artículo.

 

 

¿Qué ofrecía esta gente a los consumidores? ¿A qué se comprometían?

 

 

A NADA.

 

Un banco se compromete, por ley, a devolverte tu pasta con un determinado rendimiento, menos impuestos, comisiones y gastos. Que pueden ser legales o abusivos: ese es otro tema.

 

 

Pero esta gente se comprometía a devolver MENOS de lo cobrado.

 

 

Un negocio redondo.

 

 

Para ellos, claro.

 

 

Una p*ta*a para los clientes.

 

 

Era una empresa dedicada a captar fondos que no prestaba ningún servicio, que no daba nada a cambio.

 

 

Un contrato sin causa.

 

 

Eso significa que te cobran sin darte nada a cambio.

 

 

Que eres muy libre de regalar tu dinero a quien te parezca oportuno. Pero es que esta gente captaba fondos haciendo creer que se iba a ganar dinero. Y eso no es legal.

 

 

Esos días pensé mucho en las estafas piramidales, que son sistemas de captación de dinero que prometen mucha rentabilidad. Los que se meten ahí cobran comisiones por meter a otros. Y mientras entre mucha gente, todos van cobrando comisiones altas. Con el dinero de los nuevos.

 

 

Pero cuando empieza a dejar de entrar gente, ya no hay pasta para repartir tanto beneficio entre los que hay, y salta todo por los aires.

 

 

Los que montaron el chiringuito se dan a la fuga y comienzan los titulares de prensa. Y las declaraciones de los afectados, diciendo que no hay protección a los pequeños ahorradores.

 

 

 

 

Sí que la hay. Se llaman abogados, procuradores, juzgados y tribunales.

 

 

 

 

 

Los Abogados les podemos asesorar ANTES de firmar ciertos contratos. Pero casi nadie acude a nosotros para eso.

 

 

La mayoría busca Abogado y Procurador para demandar situaciones parecidas a ésta. Aplicamos la regulación que hay y que gente así trata de eludir con una apariencia de legalidad.

 

 

Acudimos a juzgados y tribunales a defender a los consumidores de este tipo de engaños.

 

 

Lo que esta gente hace es crear un disfraz muy bueno, para parecer muy atractivos.

 

 

Que sientas que es tu día de suerte.

 

 

Que eres mejor inversor que Ana Botín.

 

 

Que has triunfado. Eres un crack.

 

 

Te sientes el rey de la pista.

 

 

Como John Travolta en fiebre del sábado noche.

 

 

Lo hablas con familia y amigos, para que ellos también metan su dinero.

 

 

Durante un tiempo, todo parece ir bien.

 

 

Pero… algo pasa. Lo piensas. Hablas con otra gente.

 

 

O miras los extractos y ves que tú metes pasta pero que eso no sube, sino que baja.

 

 

Este tipo de cosas son más frecuentes de lo que nos creemos.

 

 

Pero los afectados no suelen reclamar.

 

 

Por vergüenza a quedar como tontos que no saben lo que firman.

 

 

Porque se creen que realmente tienen que pagar todas esas penalizaciones por sacar su pasta antes de los 35 años.

 

 

 

Abogados y Procuradores defendemos los derechos de las personas sin juzgarles.

 

 

Si nuestro cliente tiene razón, nos peleamos con San Pedro.

 

 

Si no la tiene, se lo decimos.

 

 

Vale, algunos no lo hacen.

 

 

Por eso explico estas cosas así.

 

 

Para que sepas cómo funciono y, si estás en una situación como esa, sepas que puedes hablar conmigo.

 

 

Porque soy un Abogado experto en defender a los consumidores.

 

 

 

 

 

 

Francisco Lavale.

Abogado.

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